
STATEMENT
En el inicio de cada pintura, me sumerjo en un territorio desconocido donde la creación se despliega como un ritual que trasciende cualquier control consciente. Entiendo la obra como un espacio propicio para la gestación de lo nuevo en mí. El psicoanálisis representó, en mi vida, el primer lugar donde derribé creencias arraigadas y develé aspectos genuinos hasta entonces desconocidos. En este método, la posibilidad de que surja una nueva escucha más íntima de uno mismo se habilita a través del vínculo entre dos, en un espacio liminal: el consultorio del psicoanalista. La creación que se genera en el acto analítico exige un estado de liminalidad o de umbral, es decir, un espacio donde las cosas dejan de ser lo que eran para transformarse en otra cosa, donde las verdades conocidas se desmoronan y dan paso a nuevas formas de pensamiento.
Cuando pinto en el taller, se repite esta misma dinámica. Mi yo creativo se desborda, de manera rápida, automática e inconsciente, como en el proceso psicoanalítico; mientras que mi yo director establece límites y conceptos. Así, se escenifica, como en un teatro, una relación entre dos fuerzas que intentan vincularse, construyendo una tercera instancia: la obra. Por momentos lo siento como una tensión y una lucha, y por otros, como algo que fluye. Es en este espacio donde las pinturas se convierten en un continuo derrumbe; aquí, la narrativa de lo sensible y lo novedoso se revela como un flujo que disuelve las formas previas y desafía el encuentro con una nueva forma.
Cada pincelada, es un acto de liberación y transformación, no hay jerarquías, no hay un gran otro. Los paisajes liminales que surgen invitan a mirar más allá de las fachadas rígidas, y a caminar entre los escombros donde podría acontecer el contacto genuino entre el autor, la obra y el espectador.